La tolerancia en el XVIII: Voltaire. - Ministerio de Cultura

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El siglo XVIII aparece en el retrovisor del vehículo de la historia de la humanidad ...... En suma, el tratado sobre la Tolerancia escrito por Voltaire con ocasión del.
Ángel Villa Fuertes. Grado en Filosofía.

La tolerancia religiosa en el XVIII: Voltaire.

“[…] Si queréis que aquí se tolere vuestra doctrina, empezad por no ser ni intolerantes ni intolerables[…]”. Voltaire.

“[…] Pocos creerán que hay paz donde ven que se ha formado un desierto […]”. Locke.

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Puntos.

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Introducción…………………………………………………………………………………………página 2.

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La religión en el siglo XVIII…………………………………………………………………página 5.

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El tratado sobre la Tolerancia……………………………………………………………página 8.

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Conclusiones………………………………………………………………………………………página 13.

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Bibliografía…………………………………………………………………………………………página 17.

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Introducción.

El siglo XVIII aparece en el retrovisor del vehículo de la historia de la humanidad como una de las centurias más lúcidas que ésta ha vivido. Las composiciones de los Haydn, de los Händel, de los Mozart, de los Beethoven, acompañaban a los grandes bailes celebrados en las cortes de los monarcas que protagonizaron el Absolutismo ilustrados, sobre aquellos majestuosos salones de los Luises, de Federico I, de Catalina, etc. Sin embargo, este germinar que concluiría con la toma de la Bastilla y con la construcción de múltiples monumentos a la diosa Razón, una vez que se salía de los grandes jardines, chocaba con una realidad cruel, en la que las injusticias y los atropellos proliferaban a cada cual mayor, atropellando la dignidad, lejos de la que desde los púlpitos se defendía por el mero hecho de ser criaturas de Dios, de millones y millones de personas famélicas, analfabetas, manejadas por unos y por otros. Sin embargo, a finales del XVII, se produjo la ya tan manida “crisis de la conciencia europea”, expresión acuñada por Paul Hazard, que iba a deparar los grandes cambios que el siglo de las Luces alumbraría. Pero, como se acaba de referir, este giro, hunde sus raíces en el siglo anterior y, aunque éste sea un trabajo de una extensión muy reducida, huelga, a nuestro juicio, hacer en esta introducción un resumen de lo que significó, pues en él se van a encontrar gran parte de los temas que moverán la respuesta de los ilustrados dieciochescos, pues todo movimiento contra el Sistema, necesita de ese sistema para surgir. Retrotraigámonos, pues, al siglo del Barroco. Mucho tiempo había pasado desde que Enrique IV (1553-1610) supuestamente, al abjurar del protestantismo y convertirse en monarca de Francia, pronunciara la frase “París bien vale una misa” en aquellos días que despedían al mes de julio de 1593. En efecto, el mundo se encontraba ya en el siglo XVII, tras haber sido sometido a los vaivenes del Renacimiento, de la Reforma y de las decisiones salidas de Trento. Y, los franceses, decidieron denominar a ese siglo como le grand siècle, la centuria que presenció el reinado más largo de la historia del país galo: el reinado del Sol que llegó antes que las luces, del Rey Sol, de Luis XIV. Luis XIV, aquél a al que dirigió Fénelon la famosa epístola de 1694, sacrificó la economía de la nación a su política exterior, marcada por las numerosas luchas que mantuvo, siendo una de las últimas la guerra de la liga de Augsburgo en 1688. Especialmente duro fue el periodo que siguió a la presencia de Colbert (1619-1683) como ministro del Roi Soleil, marcado por un periodo de malas cosechas – ayudado por la exclusiva presencia del monocultivo en las cuencas cercanas a París - unido, ya en el XVIII, al tristemente célebre invierno de 1708-1709. Además de esta situación de pobreza, el comercio sufría, debido a la competencia de Inglaterra y de Holanda, mientras este panorama oculto tras las fuentes y fachadas de Versalles, chocaba con el esplendor de la gran corte, en cuyas fuentes, fachadas y espejos parecía no reflejarse esta situación. Sirva para ilustrar esto la descripción que realizó La Bruyère (1645-1696) en torno a la situación del campesinado: “[…] Vemos a ciertos animales feroces, machos y hembras, desperdigados por el campo, negruzcos, lívidos y requemados por el sol, atados a la tierra que hurgan y que remueven con una testarudez invencible; tienen como una voz articulada y cuando se levantan sobre sus pies, muestran un rostro humano, y en efecto son hombres. Al caer la noche se retiran a sus cubiles, donde viven de pan negro, de agua y de

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raíces […]”1. Pese a esto son destacables las medidas como la que creó, en 1656, el hospital general de París y, en 1662, un edicto de junio que estableció la creación en cada ciudad y burgo de un hospital para enfermos, pobres mendigos y huérfanos. Huelga recordar que, en aquella época, la tasa de mortalidad se situaba del 30 al 35 ‰ y, la de natalidad, del 40 al 50 ‰. Y, unidos a estos puntos umbrosos del XVII, aparecen el conflicto entre jansenistas y protestantes – con el favor del monarca a éstos - y la revocación del Edicto de Nantes el 18-X- 1685 por parte de Luis XIV, alentado por Michel Le Tellier (1603-1685) por el que se tuvieron que exiliar gran número de protestantes. El número de hugonotes no superaba el del millón, pero, hechos como el apoyo de éstos a la ejecución del rey inglés, fueron creando un caldo de cultivo propicio para su expulsión, caracterizado por las famosas “dragonadas”, intervenciones de soldados que se instalaban en las casas de los protestantes reacios y perpetraban toda suerte de violencias y humillaciones 2 . Así pues, cerca de doscientas mil personas se vieron obligadas a huir de Francia, con dirección a Suiza, Brandeburgo, Inglaterra y los Países Bajos. Pero hubo grupos que se opusieron a ello, siendo, quizás, el más destacado el de los camisards, que se levantaron en 1702 contra las políticas de Versalles liderados por Jean Cavalier (1681-1740), obligando al Estado francés a movilizar a un total de 25000 hombres dirigidos por Villars, que se encontraba inmerso en la guerra de Sucesión de España (1701-1713), destacándose por su actuación en las batallas de Friedlingen (1702) y, años después, en la de Denain (1712). Algunos focos de los camisards resistieron hasta 1713, cuando se puede dar por concluida la revuelta. Y es que, qué duda cabe de que, al ataque la forma de gobierno, a la que Diderot se había referido escribiendo “[…] Uno de los representantes de Júpiter en la tierra se levanta de la cama, él mismo se prepara su chocolate y su café, firma órdenes sin haberlas leído, ordena una cacería, vuelve del bosque, se cambia de ropa, se sienta en la mesa, se emborracha como Júpiter o como un faquín, se duerme sobre la misma almohada que su amante, y a eso llama gobernar su imperio[…]”, iba unido el ataque a la religión. A lo largo de las páginas que conforman este trabajo se intentará ofrecer una visión de la situación religiosa en la Europa del siglo XVIII, uniendo esta coyuntura a la reacción que ante ella tuvo Voltaire en su Traité sur la tolerance, recogiendo en gran parte lo ya esgrimido por Locke en su Letter concerning Toleration. Como punto final, en el apartado dedicado a las conclusiones, se interpretará esta situación desde el siglo XXI, y algunos de los problemas que en él se dan, tanto en el plano religioso, como en el de la tolerancia en general, pues numerosas vías se abren y son dignas de estudio en el complejo mundo que nos ha tocado vivir, y ante el cual la tolerancia religiosa tan importante en los siglos XVII y XVIII, no es sino una de las múltiples caras de un mundo en el que siguen abundando los fanatismos de toda índole alentados por diversos grupos. Debido a la escasa extensión de la que ha de contar este trabajo numerosos hechos e interpretaciones quedarán en el tintero, quedando resumidos y condensados en un párrafo campos que merecerían un estudio mucho más amplio. Pese a esto, esperemos que su lectura sea agradable a quien esté delante de él y sirva para comprender el mundo ante el cual reaccionaron los ilustrados dieciochescos.

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Navarro, Francesc (dir.). Los cambios de la Edad Moderna. “La Francia de Le Grand Siècle”. pág. 313.Historia

universal. Vol. XV. Salvat, Madrid (2004). 2

“El final del reinado de Luis XIV”. pág. 1979.

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“[…] Vuestro nombre se ha hecho odioso… mientras vuestros pueblos mueren de hambre, el cultivo de las tierras está casi abandonado, las ciudades y el campo se despueblan, todos los oficios languidecen, Francia Francia entera no es más que un hospital desolado y desprovisto. La sedición se enciende poco a poco en todas partes; creen que ya no tenéis ninguna compasión por sus males, que sólo amáis vuestra autoridad y vuestra gloria. Esta gloria que endurece vuestro corazón corazón os es más querida que la justicia, incluso que vuestra salvación eterna, incompatible con ese ídolo de gloria […] Sólo amáis vuestra gloria y vuestra comodidad. Todo lo que centráis en vos, como si fuerais el dios de la tierra y todo lo demás solamente solamente hubiera sido creado para seros sacrificado […]”. Carta de Fénelon a Luis XIV,

1694.

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La religión en el siglo XVIII.

Nuevos vientos soplaban en el viejo continente ya desde el siglo XVI. La Europa unida por el catolicismo se había empezado a fracturar desde que, a finales del décimo mes de 1517, un monje nacido en Eislaben hizo públicas sus noventa y cinco tesis. A partir de ahí, un proceso de disputas, que, con el fallido Coloquio de Ratisbona y tras la celebración del Concilio de Trento, se volvieron irreconducibles, propiciando las guerras de religión que se prolongarían hasta 1648. Esta fecha, empero, no significó el fin de las disputas en torno a las creencias en el seno del viejo continente, que siguieron sufriendo numerosos vaivenes, hasta llegar al siglo XVIII y los numerosos cambios que en él se produjeron, que bebían, también, de la Paz de Westfalia (1648), que obligó tras el reparto a tolerar a las religiones predominantes en los respectivos territorios en 1624. En primer lugar, se puede proceder a tratar la coyuntura de los jesuitas en esta centuria. Fundada por un grupo de religiosos entre los que destaca especialmente la figura de Ignacio de Loyola (1491-1556), la Compañía de Jesús, en 1540, recibiendo la aquiescencia de Pio III el 27-IX de ese año. De hecho, desempeñaron un papel importante en las deliberaciones de Trento, extendiéndose rápidamente por las distintas regiones geográficas. Sin embargo, la época dieciochesca, sobre todo a lo largo de su segunda mitad, les iba a deparar una serie de acciones acometidas por el poder difícilmente previsibles en décadas pretéritas. La primera de estas sacudidas violentas a la Orden fue la decisión tomada, por parte del marqués de Pombal (1699-1782), en Portugal en 1759, acusados de perpetrar un atentado contra el monarca José I (1714-1777). A este hecho le siguió la decisión del sucesor de Luis XV – que, siguiendo los consejos de Fleury, volvió a poner en vigor las antiguas medidas contra los protestantes y los jansenistas sucesor de Luis XIV, referido en la introducción, de expulsar a la orden en 1762, alentado por su compañera Madame de Pompadour (1721-1764) y por sucesos como el del padre Lavalette, por el que los acreedores de Marsella se querellaron contra la Compañía. Los jesuitas de aquellos tiempos renegaban de Descartes, enseñando únicamente teología escolástica y a escribir versos en latín; huelga reseñar la obra Essai d’éducation nationale de La Chalotais en 1763. En el momento de su expulsión contaban en el país galo con más de cien casas o colegios, treinta y ocho de ellos en los alrededores del país que fueron dados a instructores laicos. En todo caso, se hace, a nuestro juicio, necesario señalar que ya Le Roi Soleil se había anexionado Avignon en 1663 y dirigido sus ejércitos hacia la península itálica debido a una disputa con Roma. Además, redactó los Artículos galicanos – condenados en 1690 -, por los que se negaba la dependencia del poder espiritual en relación con el temporal, así como en la insistencia en la idea de la preeminencia del Concilio sobre el Papa3. Finalmente, este proceso de expulsión fue seguido por la decisión tomada en Madrid por Carlos III y sus cuatro secretarios de Estado 4 presididos por el duque de Alba de proceder a su expulsión de los territorios peninsulares y de los de Ultramar5, tan sólo cinco años después de la decisión de los Borbones franceses. Además de lo referido en líneas anteriores, se puede reseñar su expulsión de las imprentas de Ingolstadt – la ciudad que vio ‘nacer’ al Frankestein de Shelley - y de Viena. Por último, huelga señalar que desde la 3

En las tierras de la actual Alemania se puede destacar el febronianismo y el josefismo, en Italia el jurisdiccionalismo y, en España, el regalismo. Grimaldi, Roda, Muniain y Múzquiz. 5 El carácter religioso que siguió a la llegada del Continente ya se pone de manifiesto en el pasaporte dado por los Reyes Católicos a Colón que había de mostrarse ante los príncipes que se encontrara, y en el que puede leerse, “[…] por algunas causas y negocios para el servicio de Dios y para el aumento de la fe […]”. La llegada de los conquistadores a América fue acompañada del establecimientos de numerosas órdenes religiosas, creándose el primer obispado en Santo Domingo en 1504, las numerosas mitras bajo Carlos V, la independencia de la Iglesia indiana en 1545, los dominicos comandados por Montesinos, fray Bartolomé de las Casas, los franciscanos y las misiones llevadas a cabo por los jesuitas. 4

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cátedra de San Pedro, cerca de donde aún brilla la obra de arte que reunió a figuras de la talla de Vignola, Giacomo della Porta, Gaulli, Pozzo o Bernini, y que se convirtió en modelo para los colegios que éstos erigieron en distintos puntos de la geografía mundial, se intentó que se reformaran, mas la respuesta a modo de órdago de su general fue tajante; “sean como son, o no sean”. Así pues, Clemente XIV, decretó su extinción en 1773, estableciéndose sus miembros en zonas protestantes y en Rusia. Este interregnum se prolongó hasta 1814, cuando Pío VII restableció la Compañía en la que Voltaire, como se verá en páginas posteriores, fijó su punto de mira. Además de la situación de los jesuitas, en la época dieciochesca, se produjeron cambios más que notables en el tablero religioso del viejo continente. Este hecho hunde sus raíces ya en los albores de la nueva centuria, al ganar poder determinadas potencias no-católicas, verbigracia Gran Bretaña y Prusia, así como la Rusia ortodoxa, situación que se acentuó tras la conclusión de la Guerra de los Siete Años (1756-1763). Además, en los territorios reformados, surgieron movimientos como el pietismo de Spener (1633-1705) y de A.H. Francke (16331727), que se propagó gracias a comunidades de difusión de reducido tamaño – collegia pietatis -, que alentaban a la unión de la gente; tiempo después, Nikolaus Ludwig von Zinzenforf (1700-1760) preconizó en sus doctrinas en amor por Cristo crucificado, creando una fraternidad. Esto finalizó en 1732, cuando la Iglesia luterana procedió a la expulsión de Zinzenforf, que hubo de refugiarse en Prusia. Además, en Inglaterra, huelga destacar la labor de John Wesley (1703-1791), impulsor del Metodismo, que se extendió tanto por la antigua Albión, como por las tierras que conformaron años después los EEUU; en la Isla se puede observar que los whigs exigían una obediencia absoluta a la Iglesia6. Por otro lado, se hace, a nuestro juicio, preciso observar el movimiento Unionista que se dio en este siglo. Éste fue iniciado por el “sincretismo” de G.Calixt y fue seguido por Leibniz. En 1756 el católico Rovière publicó su Essai de reunion avec les catholiques. Estos conatos, empero, no llegaron a buen término, dando sus últimos coletazos a finales del reinado de Luis XVI (1754-1793). En el seno del continente europeo se dio un fenómeno apreciable, produciéndose la conversión de cincuenta y un príncipes alemanes del protestantismo al catolicismo durante el XVIII y el XVIII, “cuando el catolicismo empezó a ser considerado el fundamento natural de la monarquía absoluta”7. Asimismo, es apreciable el decrecimiento de la quema de brujas, dando su canto de cisne en Holanda en 1610, en Inglaterra en 1710, en Francia en 1682, en la Prusia de Federico Guillermo I en 1708, en Italia en 1750, en Kempten en 1775, en España en la década de los ochenta, en Suiza en 1782 y, en Polonia, en 1793. Asimismo, puede señalarse la situación de los judíos, que siguieron siendo perseguidos por Europa, publicándose en 1711 el Entedecktes Judenthum por J.A. Eisenmenger (1654-1704). Sin embargo, en Inglaterra hubo un conato de dotarles de igualdad en 1758, en Francia se les liberó de una capitación, en Viena José II les permitió establecerse y, en Prusia, su igualdad fue refrendada legalmente en 1811. En Rusia, en 1721, Pedro el Grande (1672-1725) dotó al clero de una nueva constitución y procedió a establecer 6 7

Enciso, Luis Miguel. La Europa del siglo XVIII. “La Ilustración”. Península, Barcelona (2001). pág. 341. Blanning, T.C. W. El siglo XVIII. “Religión y cultura”Crítica, Barcelona (2002). pág. 145.

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el Gran Sínodo. Años después, Catalina II, acabó con los últimos residuos de la autonomía eclesiástica; en estas acciones referidas no hay que preterir la importancia que poseen los repartos de Polonia (1722, 1793 y 1795), por los que millones de súbditos católicos pasaron a formar parte de Rusia. En último término, en lo que respecta al campo de los ilustrados, la inclinación seguida fue, en su mayoría el deísmo. A pesar de que se hable de deísmo, este término – al igual que la discusión entre Ilustración o Ilustraciones tratada a lo largo del este curso – ha sido puesto en tela de juicio, dado que agrupa a creencias muy diferentes. De este modo, Paul Hazard, prefiere hablar de los deísmos del XVIII 8 , haciendo especial incidencia en los de Bolingbroke (16781751), Pope (1688), Voltaire y Lessing (1729-181). La primera expresión pública de este deísmo, puede considerarse el Essay on man de Pope, duramente criticado por Racine en su poema La religión. Se ha distinguido como ateos a D’Holbach, a La Méttrie y, al final de su vida, a Diderot, mientras que, el que siguió manteniendo mayor cercanía con lo religioso fue Rousseau, aunque hay que señalar que, el protagonista de La nueva Eloísa (1761), es un ateo. La vinculación del deísmo con los filósofos – y, a su vez, de estos con la masonería - queda expresada cristalinamente por Voltaire en su Dicctionaire, en cuya entrada sobre el teísmo puede leerse: “[…] ¿Por qué entre quinientas o seiscientas seiscientas sectas hubo algunas que hicieron derramar sangre humana, y por qué los teístas, que abundan en todas partes, no han producido nunca el menor tumulto? Porque los teístas son filósofos, y los filósofos pueden razonar mal, pero no son intrigantes […]”. Este giro también puede verse reflejado en las figuras de Christian Benedict Michelis, teólogo, cuyo vástago, Johann David, fue filósofo. En suma, como escribió Marmontel al síndico de la facultad de Teología que censuró su Bélisaire, “[…] Confesad que se me juzga más por el espíritu de mi siglo que por el mío […]”. Y, unido a estos deísmos, deísmos, aparece la naturaleza, retomando en parte el Deus siue natura esgrimido por Spinoza en el siglo pasado. Como señaló Ginzo en su obra sobre la Ilustración francesa: francesa: “[…] En el plano moral y político la naturaleza es invocada como aliada en la lucha contra los valores obsoletos de las instituciones irracionales […] sirviendo como marco de referencia religioso y metafísico […]”9. Sin embargo, se ha señalado que, a partir partir de la segunda mitad del XVIII, la cuestión de la naturaleza se torna complicada, debido a las relaciones del hombre con ésta. La reacción contra el teísmo/deísmo – no hay que olvidar que a este siglo se le ha catalogado como el “anticristiano” -, que ponían la puntilla al anterior sistema, no se hizo esperar, al igual que había sucedido con la neoescolástica a lo largo del Renacimiento y del Barroco, llegándose a contabilizar más de novecientas obras apologéticas entre la publicación del Tractatus theologicus-politicus en 1670 hasta el Genio del cristianismo (1802).

La expulsión de los jesuitas; grabado del siglo XVIII. “[…] El jesuita le respondió que era muy doloroso para él, que siempre tenía razón, tener que vérselas con

gentes que siempre estaban equivocadas; que al principio había argumentado con la mayor contención, pero que había terminado por acabársele la paciencia […]”.

Voltaire.

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Hazard, Paul. Le pensé européene ai XVIIIe siècle. “Los deísmos”. Alianza editorial, Madrid (1946; 1991). pág. 345. Ginzo, Arsenio. La Ilustración francesa: entre Voltaire y Rousseau. Gómez Heras, J.M. (prol.). Editorial Cincel. pág. 91.

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El tratado sobre la Tolerancia.

E, inmersa en el sinfín de disputas en torno a la religión referidas en el apartado anterior, aparece la figura de François Marie Arouet: Voltaire. La ciudad de París le vio nacer en 1694. Tras haber recibido las enseñanzas en casa del abata de Châteneu, ingresó en 1074 en el colegio jesuita de Louis-le-Grand, que abandonó posteriormente. Marchó posteriormente a Francia, siendo llamado de regreso por su familia tras conocer que mantenía un romance con una joven protestante. Posteriormente, fue encerrado en La Bastillai durante once meses por la sátira de la que hacía gala en sus versos y que era tachada de imprudente. Tras este hecho, se exilió a Inglaterra, donde, gracias a lord Bolgbroke, entró en contacto con los textos de Berkeley, Swift, Pope, Newton y Locke, sirviéndole para establecer en sus Cartas la comparación con la situación que vivía Francia, reafirmada tras las nosepultura de la actriz Adrienne Lecouvreur en 1730. Tras la publicación y condena de las Cartas filosóficas, Voltaire se vio obligado a refugiarse en el castillo de su amiga Madame du Châtelet; allí fue donde redactó su Ensayo sobre las costumbres, los Discursos del hombre y los Elementos de la filosofía de Newton. Tiempo después, compuso la Henriada, cuya figura principal es Enrique IV, el primer Borbón francés, y Mahomet, en el Mahoma era el intolerante, símbolo de intolerancia y crueldad. Tras la muerte de su compañera, se dirigió a Postdam junto Federico II, mas, tiempo después, se dirigió a su mansión de Ferney, en Ginebra, disponiendo de un total de hasta cuatro casas para poder escapar si era perseguido. Finalmente, murió a finales del quinto mes de 1778 en París, donde, el pueblo, a su llegada, le vitoreaba como el defensor de Calas. Como afirmó Martí Domínguez en su estudio introductorio a las obras completas de Voltaire, “[…] Él se forjó su libertad gracias a la extraordinaria variedad de su artillería literaria. Voltaire no dejaba ofensa sin respuesta. En contra del parecer de Georges Louis Leclerc, conde de Buffon, que opinaba que no hay que contestar nunca a los críticos, él no perdonaba y replicaba siempre, y a menudo en más de una ocasión […]”10. El Traité sur la tolerance nació a raíz de un suceso que conmocionó al país galo: el caso Calas. El 13-X-1761, en Toulouse, la familia protestante de los Calas habían recibido la visita de Gauber Lavaysse, al que invitaron a una cena en la que faltaban cuatro de sus seis hijos, las dos mujeres , Donat – que trabajaba en Nîmes de armador – y Louis, que se había convertido al catolicismo y vivía fuera. Tras la cena encontraron Marc-Antoine, que había bajado tras tomar el postre, muerto en el piso de abajo. El juicio popular inmediato – seguido por el capitoul de la ciudad, David de Beaudrigue -, las contradicciones en las explicaciones posteriores, la condena por parte de la Iglesia del suicidio, fueron algunos de los elementos que sirvieron al tribunal para, el 9-III-1762, condenar a Jean Calas a morir en la rueda el día posterior. Años después, en 1765, la memoria de los Calas fue rehabilitada, como consecuencia de los numerosos errores que se dieron durante la investigación de lo ocurrido. Voltaire fue informado de este suceso diez días después, por parte de un comerciante de Marsella que se encontraba de paso por Ginebra11; a esta noticia, Voltaire, en un primer momento, reaccionó con escepticismo, debido al caso Rochette acaecido tiempo antes. Sin embargo, poco a poco se fue recabando información sobre los sucesos de Toulouse, redactando el Traité sur la tolérance à l’occasion de la mort de Jean Calas-. El que había “cruzado el Rubicón” a iniciados de 1761, con este escrito buscó publicitar un caso aleccionador, que hiciera comprender a todo aquel en cuyas manos caiga el punto de intolerancia vigente en la época, el fanatismo, y las consecuencias que todo ello, no sólo podría acarrear, 10

Voltaire. Obras completas. Gredos, Madrid (2011). pp. XVIII y xix. Voltaire Traiité sur la Tolérance. Público, Barcelona (2010). pág. 17. El caso también llegó a Rousseau, que se encontraba terminando su Emilie. 11

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sino que ya había acarreado, pues la protagonista fue la familia Calas como podría haber sido, en definitiva, cualquier otra; este propósito lo manifiesta con las siguientes palabras, “[…] No es éste uno de esos procesos que se deja en la arenilla de un escribano porque es inútil publicarlos; estoy seguro de que importa al género humano que sea informado, hasta en sus últimos detalles, de todo lo que ha podido producir el fanatismo, esa peste execrable del género humano […]”12, siendo “[…] este escrito sobre la tolerancia una súplica que la humanidad presenta con toda humildad al poder y a la prudencia […]”13. Tras la exposición de este caso en el párrafo anterior, huelga señalar que, en su obra, Voltaire, no acusa a los jueces, sino al fanatismo religioso que extendido en la sociedad, como bien expone al inicio de su obra: “[…] No es a los jueces a los que acuso: sin duda no han querido asesinar jurídicamente la inocencia; imputo todo a las calumnias, a los falsos indicios, mal expuestos, a los informes de la ignorancia, a los errores extravagantes de algunas declaraciones, a los gritos de una multitud insensata, y a ese fervor rabioso que quiere que quienes no piensan como ellos sean capaces de los mayores crímenes […]”14. Esto es, desde un primer momento, señala directamente a la intolerancia presente en la gente de su época, incapaces de soportar ideas diferentes a las suyas, pero no al poder judicial del que con tanta profusión se habían ocupado Locke y Montesquieu años antes, y, que, a su vez demuestra su optimismo respecto a la función de una justicia sin corromper que actúe acorde a un corpus legum ecuánime. Es, a nuestro juicio reseñable, empero, lo que señaló en la definición en torno a la Inquisición de su Dictionnaire, pues, a la vez que demuestra su confianza en la justicia de la gran mayoría de tribunales y, por consiguiente, en los miembros que los conforman, critica los método de una de las grandes instituciones que habían protagonizado el acontecer humano durante siglos. “[…] Por lo demás, son de sobra conocidos los procedimientos de este tribunal. Es sabido lo opuestos que son a la falsa equidad de la ciega razón de los demás tribunales del universo. Se encarcela por la simple denuncia de las personas más infames […]”15. La crítica a la multitud – que juzgó desde un primer momento a Jean Calas -vuelve a aparecer en páginas posteriores, “[…] Ese pueblo supersticioso y arrebatado; mira como a monstruos a sus hermanos si no tienen su misma religión […]”16. Qué duda cabe de que, el férreo combate contra la incultura de la población fue uno de los puntos cruciales de enfrentamiento con el orden heredado de los Ilustrados, dispuestos a acabar con todo tipo de superchería, nacidas por las creencias en ellas de un pueblo, en su mayoría, analfabeto, especialmente en los territorios de tradición católica, que, como se aprecia en este fragmento no 12 13 14 15 16

Ibídem. pág. 77. Ibídem. pág. 191. Ibídem. pág. 50. Voltaire. Obras completas. “Diccionario filosófico”. Gredos, Madrid (2010). pág. 363. Voltaire Traiité sur la Tolérance. Público, Barcelona (2010). pág. 83

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reconoce en el otro a su igual; a la par que percibir al otro como otro yo, y el otro como otro que yo (autrui), siguiendo lo esgrimido por Levinàs (1906-1995). Y un acerbo cultural que se acentuaba a medida que se entraba en las zonas rurales, a las que las luces de la Ilustración parecían no alumbrar lo suficiente “Todo para el pueblo, pero sin el pueblo”, se decía, pero con el pueblo del campo mucho menos, se podría añadir; caldo de cultivo que, con el paso del tiempo, haría que, las zonas rurales, fueran el escenario de revueltas sangrientas, más que las protagonizadas en las urbes17. Y, qué mejor medicina para todas estas enfermedades que la propia Filosofía; la Razón que desenvaina su espada – tal vez con una inscripción similar al aut Caesar, aut nihil de C.Borgia - y presenta un encarnizado combate a muerte contra lo tenido por verdadero por el pueblo y que no eran sino pura fantasías alimentadas por brujos, que “[…] nunca han sido filósofos, han sido siempre prestidigitadores que hacían teatro delante de imbéciles […]”18; el propio Voltaire hace gala de esa confianza en su Traité: “[…] La filosofía, la sola filosofía, esa hermana de la religión, ha desarmado las manos que la superstición había ensangrentado tanto tiempo; y la mente humana, al despertar de su ebriedad, se ha asombrado ante los excesos a que la había arrastrado el fanatismo […]”19, pues “[…] el fanatismo es a la superstición lo que el delirio a la fiebre y lo que la rabia a la cólera […]”20. En esta línea, también es reseñable que no culpa al monarca de lo acaecido, a lo largo de los veinticinco capítulos que conforman su traité, dado que “[…] El rey hace justicia: es la base de su gobierno; su consejo no tiene desde luego ningún interés en que no se haga esa justicia […]” 21 . Actitud similar a la que puede observarse en la Carta de Locke, en la que, a la manera de un Maquiavelo que funja como consejero de príncipes, Nada de esto se sabe en París, donde lo único importante es el placer, donde se ignora todo lo que pasa en provincias y en el extranjero […] Si el rey estuviese informado, concedería gracia […]”22. La crítica a la religión iba a conducir a la crítica del poder político, mas Voltaire preservó al poder regio. A fin de cuentas, Voltaire pertenecía a una familia adinerada y, en su cara Inglaterra, el sistema político mantuvo la figura del rey tras la “Gloriosa”. Sin embargo, tampoco habría que pensar que Voltaire fue un optimista respecto a la bondad del ser humano. Una supuesta bondad que le condujera de manera inevitable a ser tolerante y al establecimiento inmediato de un estado de concordia. De este modo, tras leer el Discours de Rousseau, le escribió diciendo “[…] He recibido vuestro libro contra el género humano, y creo que agradará a las gentes, aunque sin corregirlas. No se puede pintar la sociedad con colores más sombríos ni nunca se ha empleado tanto ingenio en desear que nos convirtamos en bestias. Leyendo vuestro libro dan ganas de andar a cuatro patas. Desgraciadamente hace ya sesenta años que perdí esta costumbre y dejo, por lo tanto la posición natural a los más dignos de ella que vos y yo […]”. Ligado a la mención realizada en el apartado introductorio a los jesuitas, se han de destacar algunos aspectos. Sobre los miembros de la compañía fundada por Ignacio de Loyola llegó a afirmar que debían haber sido lapidados con las piedras de Port-Royal, que ellos habían obligado a demoler con sus calumnias en tiempo de Luis XIV23. En efecto, la destrucción de dicho lugar tuvo lugar en 1710, habiendo sido su director encarcelado en La Bastilla en 166624. Asimismo, igual crítica puede encontrarse en el cuento “Relación de la enfermedad, confesión, muerte y aparición 17 “La Razón prevalece en París sobre el fanatismo, por grande que éste pueda ser, mientras que en provincias el fanatismo prevalece casi siempre sobre la Razón”. Ibídem. pág. 90. 18 Ibídem. nt. 94. 19 Ibídem. pág. 91. 20 Voltaire. Obras completas. “Diccionario filosófico”. pág. 341. 21 Voltaire Traiité sur la Tolérance. Público, Barcelona (2010). pág. 51. 22 Ibídem. pág. 132. 23 El “Siglo de la Filosofía”. Voltaire y Rousseau. La enciclopedia pág. 366 24 Dicho movimiento fue iniciado por Cornelius Jansen (1585-1638) y por el abad Saint-Cyrac. Antoine Arnauld (16121694) y Pierre Nicole (1625-1695) escribieron la célebre Logique ou l’art de penser (1662).

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del jesuita Berthier”, en el que se puede leer, “[…] Mi Reverendo Padre, le dijo, ¿creéis en Dios?-Extraña pregunta ésa, dijo Berthier. –No tan extraña, dijo el otro; hay dos formas de creer y formas de creer; para estar seguro de creer como es preciso, se necesita amar a Dios y al prójimo; ¿los amáis sinceramente? – Distingo, dijo Berthier- - Nada de distingos, por favor, prosiguió el confesor; no hay absolución si no empezáis por esos deberes […]”, “ […]¡Ay!, entonces eres tú, el enemigo de Dios, de los reyes e incluso de los jesuitas […]” y, en la aparición de Berthier al continuador del Journal de Trévoux, “[…] Por suerte me arrepentí en el último momento, estoy en el purgatorio por trescientos treinta y tres mil trescientos treinta y tres años, tres meses, tres semanas y tres días, y no me sacarán hasta que se encuentre a uno de nuestros hermanos que sea humilde, pacífico, que no desee ir a la corte, que no calumnie a nadie ante los príncipes, que no entrometa en los asuntos del mundo; que, cuando escriba libros no haga bostezar a nadie, y que me aplique todos sus méritos. -¡Ay!, hermano, le dije, vuestro purgatorio durará mucho tiempo. Y decidme, por favor, ¿cuál es vuestra penitencia en ese purgatorio?- Estoy obligado, dijo a preparar todas las mañanas el chocolate de un jansenista; durante la cena me hacen leer en voz alta una Lettre provinciale, y el resto del tiempo me tienen zurciendo las camisas de las religiosas de Port-Royal […]” 25 . De hecho, Voltaire, llegó incluso a proponer su disolución como una de las vías para lograr la paz tan anhelada, esa paz perpetua sobre la que escribiría Kant cuando la Edad Moderna ya había escuchado su propio canto de cisne, como transpira este fragmento “[…] ¿Dónde está el mal de llevar un hábito corto en lugar de una sotana, y de ser libre en lugar de ser esclavo? Se licencia en tiempos de paz a regimientos enteros, que no se quejan: ¿por qué los jesuitas gritan tan alto cuando se los disuelve para tener paz? […]”26. Por otro lado, un campo que puede merecer nuestra atención a la hora de realizar este sucinto vistazo al tratado volteriano, es el del ateísmo. En efecto, en el capítulo afirmó “[…] Unos dicen . Otros tienen la desgracia de ir todavía más lejos; ven que la impostura les ha puesto un freno, y no quieren siquiera el freno de la verdad, se inclinan hacia el ateísmo; uno se vuelve depravado porque otros han sido bribones y crueles […]”27. Actitud similar puede encontrarse, verbigracia en la Carta de Locke, “[…] Por último, no deben ser de ninguna forma tolerados quienes niegan la existencia de Dios. Las promesas, convenios y juramentos, que son los lazos de la sociedad humana, no pueden tener poder sobre un ateo. Prescindir de Dios, aunque sólo sea en el pensamiento, disuelve todo. Además, aquellos que por su ateísmo socavan y destruyen toda religión, no pueden tener pretensiones de que la religión les otorgue privilegio de tolerancia […]”. Sin embargo, esta actitud chocaría con la de figuras como la de La Mettrie (17091751), que, aunque aceptó “el alto grado de probabilidad de que exista una divnidad”, también aseveró que “[…] si el ateísmo se hubiese difundido de forma generalizada, todas las confesiones religiosas se habrían destruido y habrían sido cortadas de raíz. No habría ya guerras teológicas ni combatientes por la religión, combatientes terribles. La naturaleza, liberada de ese veneno tremendo, recobraría sus derechos y su pureza […] Todo el que en su corazón erija altares a la superstición, es conocido por adorar a ídolos y no por venerar a la virtud […]”28. En todo caso, la inclusión de una divinidad en el pensamiento de Voltaire puede ser debida a su pertenencia a la francmasonería, pues ingresó en la logia de NeufSoeurs el 7-IV-1778 . Por ende, Dios como causa última del universo y de la naturaleza, el gran relojero de Newton y la instancia a la que hasta el propio Einstein apelaba. 25

Voltaire. Cuentos completos en prosa y verso. “Relación de la enfermedad, confesión, muerte y aparición del jesuita Berthier”. Armiño, Mauro (ed.). Siruela, Barcelona (2007). pp. 290-299. 26 Voltaire Traiité sur la Tolérance. Público, Barcelona (2010). pág. 167. 27 Ibídem. pág. 133. 28 Reale, Giovanni y Antiseri, Dario. Il pensiero occidentale dalle orgini ad oggi. “Del Humanismo a Kant”. Herder, Barcelona (1988; 2010). pág. 608.

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Esta crítica de Voltaire, empero, merece una consideración aparte, dado que, a lo largo de las diferentes páginas que componen su obra, argumenta los pros y los contras del objeto que se está analizando, esgrimiendo diferentes ejemplos históricos – e.g. “[…] Los atenienses tenían un altar dedicado a los dioses extranjeros, a los dioses que no podían conocer. ¿Hay prueba más fuerte no sólo de indulgencia para con todas las naciones, sino también de respeto hacia sus cultos? […]” 29 , “[…] Se nos dice que tan pronto como los cristianos aparecieron, fueron perseguidos por esos mismos romanos que no perseguían a nadie. Me parece evidente que tal hecho es absolutamente falso; no quiero más prueba que el mismo san Pablo […]”30 y “[…] Los Tito, los Trajano, los Antonino, los Decio no eran unos bárbaros […]” 31 -, recurso que no utilizó para demostrar el error de los ateos. Finalmente, resulta interesante leer lo que “el corifeo del deísmo” – como le llamó A.Lorel - escribió sobre el ateísmo en su Dictionnaire, “[…] El fanatismo es mil veces más funesto; porque el ateísmo no inspira ninguna pasión sanguinaria, y el fanatismo lo comete […] El ateísmo es un monstruo pernicioso para los que gobiernan; que también lo es para la gente estudiosa, aunque su vida sea inocente, porque desde su estudio pueden influir en los que ostentan cargos públicos; que, aunque no es tan funesto como el fanatismo, casi siempre es fatal para la virtud […] Si hay ateos, ¿a quién se debe sino a los tiranos, compradores de almas, que rebelándonos contra sus tropelías, fuerzan a algunos espíritus débiles a negar al Dios que esos monstruos destrozan? ¿Cuántas veces las sanguijuelas del pueblo han llevado a los más rectos ciudadanos a rebelarse contra el rey? […]”. En último término, concluye que “[…] es pues imprescindible para el príncipe y para los pueblos que tengan bien grabado en el espíritu la idea de un Ser Supremo, creador, gobernador, remunerador y vengador […]”..

“[…] Hasta que llegó el sabio Locke: él demostró que la libertad es el poder de obrar […]”. Voltaire.

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Voltaire Traiité sur la Tolérance. Público, Barcelona (2010). pág. 114. Ibídem. pág. 117. Ibídem. pág. 119.

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Conclusiones

Como se ha podido ver en las páginas que conforman este trabajo, las centurias XVII y XVIII fueron de especial relevancia en el ámbito de la creencias religiosas en el seno del viejo continente. Tiempos de vaivenes que demandaban una respuesta, pues la religión, a pesar de tener menos importancia que en siglos anteriores, seguía condicionando y guiando la vida de unos pueblos, inmersos muchos de ellos, en la Revolución industrial. Y, una de ellas, la dio Voltaire, en la senda de lo que había esgrimido su admirado Locke en la antigua Albión en décadas precedentes; incluso Montaigne en el capítulo XIX del segundo libro de sus Essais. En efecto, durante la época dieciochesca se produjo un gran número de cambios en el escenario religioso, pues si bien los jesuitas fueron expulsados de numerosos Estados, los franciscanos aumentaron su número considerablemente. Mientras el cristianismo se sometía a crítica, surgían devociones como las del Sagrado Corazón de Jesús (1688) o la de la Eucaristía, comandada por Alfonso Ligorri. Y, al tiempo que el obispo de Santander, Menéndez Luarca culpó a su siglo de “atheista, diabólico, infernal, filosofismo, llamado el Siglo de las Luces, de haber convertido la tierra entera en el lugar de las tinieblas que es el infierno”32, Voltaire atacaba al ateísmo, como se ha podido observar. Y es que, como afirmó Saramago en su Caín, “[…] la historia de los hombres es la de sus desencuentros con Dios […]”33. Cuenta la Historia que, años después de la escritura del Traité por parte de Voltaire, se produjo la Revolución francesa. De manera inevitable, la religión iba ligada al poder hasta entonces existente, por lo que no pudo verse al margen del entusiasmo revolucionario. Así pues, el 4-VIII-1789 quedó abolido el pago del diezmo a la Iglesia, aunque el catolicismo siguió vivo en la sociedad francesa, principalmente mantenido por las mujeres34. Mediante la Constitución de junio de 1790, se reservó el derecho a elegir los ministros de culto. Únicamente podían ser elegidos párrocos, ecónomos, vicarios superiores o vicarios directos del seminario, los que hayan desempeñado su ministerio en la diócesis durante un intervalo mínimo de tres lustros, lo que provocó que las posibilidades de ocupar dichos puestos pasasen al alto y al bajo clero. Un clero al que se le obligó a prestar juramente mediante un decreto del 7-XI-1790, condenado por Pío VI en sus dos Breves del 10-III y del 13-IV de 1791. Pese a esto, gozó de un 70% de aceptación. Pasados unos meses, el arzobispo Boisegelin, restableció, el domingo de Pascua de 1802, en Notre-Dame, una Francia católica y unida. En efecto, Napoleón, en 1801 decidió proceder a la firma de un concordato con la Iglesia católica, pero, en él, no se renunciaba a muchos de los derechos que se habían conquistado, tales como el divorcio, el matrimonio civil o la tolerancia religiosa, ni se devolvió lo confiscado; de hecho, finalmente, el Corso, también añadió los artículos anglicanos referidos en líneas anteriores, en aras de salvaguardar su control sobre el clero. Actualmente, años después de la promulgación de la Loi du 9 décembre 1905 concemant la séparation des Églises et de l’État en los tiempos de la Tercera República, la Quinta República Francesa, en el Artículo I, modificado el 28-III-2003, de la Constitución de 1958 declara que “Francia es una República indivisible, laica, democrática y social. Asegura la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos sin distinción de origen, raza o religión y respeta todas las creencias. Su organización

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Enciso, Luis Miguel. La Europa del siglo XVIII. Pág. 283. Saramago, José. Caín. 6. del Río, Pilar (trad.). Alfaguara, Madrid (2009). pág. 98. Voltaire Traiité sur la Tolérance. Público, Barcelona (2010). pág. 187

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es descentralizada”35. Sin embargo, diversos hechos están haciendo que la realidad en el país galo. Sin pretender en este trabajo sucinto realizar un análisis completo de la coyuntura religiosa en las tierras que vieron escribir a Baudelaire, para lo que se tendría que consultar a un analista especializado en esta materia, sí se pueden apuntar un par de datos. El primero, el resultado de un 17,9% - 6421426 votos conseguido por Marine Le Pen, cuyo padre fue juzgado por afirmar que la ocupación nazi de Francia “no fue particularmente inhumana” 36 , en la primer ronda de las pasadas elecciones presidenciales francesas, con un discurso contrario al Islam, llegando a defender, bajo un discurso en apariencia laicista acorde a los valores franceses37, la lucha contra la “islamización de Europa”38, parecido al esgrimido por A.Brevik, asesino que segó la vida de setenta y siete personas en Oslo y en la isla de Utøya el pasado verano de 2011. A propósito de este último hecho, es interesante comprobar, cómo, muchos medios variaron su discurso durante las horas siguientes: en un principio, creyendo que era islamista, se señaló a su religión; pero, al conocerse su ideología ultra-derechista, se viró el mensaje hacia su salud mental. El segundo de los hechos que se pueden señalar son los asesinatos acaecidos en Toulouse el pasado mes de marzo perpetrados por Mohammed Merah 39, de veintitrés años, nacido en la propia Francia y que quiso alistarse en la Légion Étrangère 40 . Ya en su definición de Fanatismo, Voltaire se preguntaba, “[…] ¿Qué responder a un hombre que os dice que prefiere obedecer a Dios antes que a los hombres, y que, en consecuencia, está seguro de merecer el cielo al degollarlos? […]”41. Por otro lado, qué duda cabe de que, los tiempos de crisis son propicios para el afloramiento de este tipo de actitudes. Sin embargo, aunque el campo de lo religioso revista de una importancia considerable en la actualidad – baste observar la relevancia de la que goza en EEUU -, no se ha de olvidar tampoco otro tipo de intolerancias. De este modo, aunque en los textos de Locke y de Voltaire el punto de mira se sitúe en lo concerniente a los conflictos entre los cristianos, diversos tipos de intolerancia, tales como el machismo, la homofobia o la xenofobia, son cada vez más comunes en Occidente, y son adoptados, tanto por seguidores de una determinada religión, como por los que no. Unido a esto puede referirse la importancia de Internet, pues, mientras por una parte, ayuda a descubrir y a encontrarte con nuevos mundos – como un Montaigne por la península itálica -, también sirve de altavoz a todo tipo de personajes que, amparándose en el anonimato y/o en la libertad de expresión, amenazan sin el menor pudor de muerte, como es el caso de cierto usuario de Twitter, a la diputada de IU en Madrid, Tania Sánchez, y a Shangay Lily42, o, en los últimos días, en esta ocasión sí, por motivos religiosos, al actor Santiago Rodríguez43, que no había condenado explícitamente las amenazas antes referidas en la maraña de mensajes que van y vienen en dicha red social. Pese a este hecho, de actitudes que inmediatamente no se asocian a las creencias religiosas, tampoco, a nuestro juicio, se puede olvidar que la religión, inevitablemente, tamiza la percepción de los hechos que llegan a las personas que la practican, interactuando constantemente toda una maraña de datos, creencias, inferencias, etc. 35

“La France est une République indivisible, laïque, démocratique et sociale. Elle assure l’égalité devant la loi de tous les citoyens sans distinction d’origine, de race ou de religion. Elle respecte toutes les croyances. Son organisation est décentralisée”. Fuente: http://www.assemblee-nationale.fr/connaissance/constitution.asp . 36 http://www.guardian.co.uk/world/2012/feb/16/jean-marie-le-pen-convicted . Consultado: 10-IV-2012. 37 http://www.leparisien.fr/election-presidentielle-2012/marine-le-pen-donne-sa-definition-d-une-france-laique-28-012011-1247059.php . Consultado: 10-IV-2012. 38 http://www.guardian.co.uk/world/feedarticle/10200824 . Consultado: 22-IV-2012. 39 http://www.liberation.fr/tuerie-toulouse-2012,100140 . Consultado: 20-V-2012. 40 http://www.rtve.es/noticias/20120321/mohamed-merah-mecanico-taliban-toulouse/508973.shtml . Consultado: 20V-2012. 41 Voltaire. Obras completas. “Diccionario filosófico”. Gredos, Madrid (2010). pág. 343. 42 http://www.escolar.net/MT/archives/2012/05/que-hace-falta-para-que-la-justicia-actue-ante-las-amenazas.html . Consultado: 24-V-2012. 43 http://www.lavanguardia.com/gente/20120530/54301101455/santi-rodriguez-deja-twitter-amenazas-muerte.html . Consultado: 30-V-2012.

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Mas, todo este tipo de actitudes intolerantes que a diario se puede encontrar uno al salir a la calle, parecen quedar camufladas en el sistema mundo actual de la globalización – globalización en lo que respecta a las transacciones económicas donde parece que todo vale. Este hecho ha sido criticado ya desde hace años por diversos autores, verbigracia, Slavoj Žižek (1949-). En efecto, en su obra En defensa de la intolerancia, al abordar la cuestión del multiculturalismo afirma que “[…] Al igual que el capitalismo global supone la paradoja de la colonización sin Estado-nación colonizador, el multiculturalismo promueve la eruocéntrica distancia y/o respeto hacia las culturas locales no-europeas. Esto es, el multiculturalismo es una forma inconfesada, invertida autoreferencial de racismo, un : la identidad del Otro, lo concibe como una comunidad y cerrada en sí misma respecto de la cuál él, el multiculturalista, mantiene una distancia asentada sobre el privilegio de su posición universal. El multiculturalismo es un racismo que ha vaciado su propia posición de todo contenido positivo (el multiculturalista no es directamente racista, por cuento no contrapone al Otro los valores particulares de su cultura), pero, no obstante, mantiene esa posición en cuanto privilegiado punto hueco de universalidad desde el que se puede apreciar (o despreciar) las otras culturas. El respeto multicultural por la especificidad del Otro no es sino la afirmación de la propia superioridad […]”44. Y es que, no todo es tolerable, incluso lo que lleve establecido muchos años. ¿Acaso son tolerables la misoginia, el fascismo, el racismo, el despotismo? ¿Acaso es tolerable la condena a toda una juventud a no tener futuro, “a irse a Laponia”? ¿Es tolerable el no proporcionar una sanidad a todo aquel que la necesite sin depender de su renta económica, o el no dotar de trabajadores sociales a los numerosos focos donde se demanda su nunca suficientemente agradecida labor, en los otrora orgullosos Estados del Bienestar europeos que observan, impertérritos, cómo es ahora la América latina a la que se explotó durante décadas la que crece? La Francia inmediatamente posterior a la Revolución, ¿defendió con el mismo ímpetu la dignidad de Haití? ¿Defendió en décadas posteriores la de sus colonias? ¿Acaso es tolerable que se condene a un pueblo a la miseria y al suicidio, como han sido los casos de Dimitris Christoulas y del hijo que se ha quitado la vida junto a su madre con alzheimer porque no podía pagarle una residencia 45 ? ¿Ha sido y es tolerable el condenar a millones de personas de numerosas regiones del planeta, bajo el pretexto de que no había dinero ni recursos suficientes, cuando, en la actualidad, se inyecta dinero a espuertas al sistema bancario cuando los occidentales sufrimos un bache económico? Y es que, Locke y Voltaire si bien, a pesar de algunos prejuicios de su época, esgrimieron contra todo tipo de enemigos la tolerancia entre los hombres, también, sabían qué actitudes inaceptables habían de tener su mármol y su día, recogiendo las palabras del poeta cuyos Campos de Castilla cumplen cien años. En suma, el tratado sobre la Tolerancia escrito por Voltaire con ocasión del asesinato de Jean Calas continúa gozando de actualidad, pues, muchos de los puntos sobre los que gira el tratado, siguen estando de plena vigencia. En todo caso, la violencia, a lo largo de las últimas décadas ha ido en descenso, como ha expuesto Pinker. Este hecho hace que, aun manteniendo el principio de Écrasez l’infâme! volteriano sometiendo a crítica las aberraciones que se producen diariamente, se pueda ser, como lo fueron los ilustrados optimistas con el futuro y con el progreso, pues “[…] el tiempo, la razón que tanto ha progresado, los buenos libros, la dulzura de la sociedad, ¿no han penetrado en los que dirigen el espíritu de esos pueblos? ¿Y no percibimos que casi toda Europa ha cambiado de cara desde hace unos cincuenta años? […]” 46. Un proceso que culmine en una sociedad que 44 Žižek, Slavoj. En defensa de la intolerancia. “La tolerancia represiva del multiculturalismo”. Sequitur, Barcelona (2010). pp. 64 y 65. 45 http://www.publico.es/internacional/434380/un-griego-y-su-madre-enferma-se-suicidan-acuciados-por-la-crisis . Consultado: 25-V-2012. 46 Voltaire Traiité sur la Tolérance. Público, Barcelona (2010), pág. 100.

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pueda llegar a acoger a los individuos que ya hayan interiorizado hasta tal punto valores como la tolerancia que lo que se lea en las constituciones sea un reflejo y no una entelequia mientras se continúe, continúe, como Voltaire en sus escritos, recordando matanzas como la de San Bartolomé, y manteniendo la individualidad de cada uno, el pensar personal fraguado a partir de la experiencia y de la realización de cada uno, a la vez que se convive junto a los demás, estando el colectivo como tal al cuidado de las personas que lo componen. Ocupándose del huerto de cada uno, al igual que Cándido al final de ese mundo que aún no era el mejor de los posibles, como le demostró su periplo tras salir del bello castillo en el que fue educado por Pangloss. Guiados por unos valores despojados de prejuicios, de sospechas, de superioridades o inferioridades y de recelos a la hora de encontrarse con el otro. Y es que, en los Ilustrados, en Voltaire en el caso que ha requerido la atención de este trabajo, no hace sino subyacer, a la vez que culminar, la actitud que ha fungido como ovillo dorado entregado por Ariadna a Teseo desde los inicios del despertar del pensamiento en las postrimerías de la Edad Media, que no es sino el del establecimiento de un método y la confianza en las cualidades de la Razón que sean capaces de librar a la humanidad mediante la educación de esos árboles engalanados por diversos sastres, como reflejó magistralmente Goya en su capricho LII, pues “[…] la la mentira se ha impuesto demasiado tiempo a los hombres; es hora de que se conozcan las pocas verdades que pueden discernirse a través de esas nubes de fábulas […]”47, topándose, como él mismo expresó en su Dictionnaire, con “el mahometano que le grita: ” y con el recoleto que le dice “, y riéndose “de “de Loreto y de la Meca; pero socorre al indigente y defiende al oprimido”.

“[…] El derecho de la intolerancia es, por tanto, absurdo y bárbaro; es el derecho de los tigres, y es mucho más horrible, porque los tigres sólo desgarran para comer, y nosotros nos hemos exterminados por unos párrafos […]”.

Voltaire.

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Ibídem. pág. 128.

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Bibliografía

Fuentes.

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Salamanca, a 4 de junio de 2012.